Decido, luego vivo

Las circunstancias pueden guiar tu vida sin que entiendas pizca alguna de su razón, temiendo que si llevas la contraria, termines perdida en el abismo absoluto. Es por eso que, cuando las cosas salen de una manera determinada, dejarse llevar resulta ser la opción a escoger. Y así, todo fluye: emociones, economía, amistades, amor y hasta una misma, que no deja de ser importante, lo básico. Porque si tú no te sientes bien, nada funciona.
Para que las cosas y tus circunstancias se amolden hay que ser decidida. Nunca me ha gustado tomar decisiones vitales, de las que te acuerdas el resto de tu existencia por lo que conllevaron. Sin embargo, es bien sabido que suelen ser necesarias y/o innatas al ser humano, por lo que terminas abordándolas lo mejor que puedes y sin tambalearte en exceso. Estas decisiones te hacen sentir poderosa al dominar tu propia vida, pero, por otro lado, el sentimiento de egoísmo se afianza en tu interior a la velocidad de la luz sin que seas capaz de callar a tu conciencia por unos minutos de respiro. Sea como sea, mi último año de vida ha resultado estar plagado de éstas y en todos los ámbitos de Carla: sentimental, académico, familiar, amistoso.
Ahora todo me va bien: trabajo, salud, amigos, familia y amor. ¿Cómo iba a quejarme?...pero sigo sintiendo que hay algo esperándome y que no va a venir gracias a ninguna decisión. De esas circunstancias que nos desbordan y hacen que enviemos todo al cagadero. Una vez más, la incógnita del futuro y los presentimientos sobre éste se anudan en mi garganta y me cuesta respirar aliviadamente. Espero que sea este frío horrible que reina en Irlanda las últimas semanas y que todo vuelva a la estabilidad y las risas. Lo espero de verdad.