9/6/08

Una niña, que...

Ser perfecta. Era la obsesión de sus padres y, claro, también la suya. No importaba lo mucho que había disfrutado relajándose en la chaise longue de su casa, esa casita rodeada de gruñidos de gorriones y águilas, en la sierra que tanto visitó de cría. Bueno, seguía siendo una pequeña niña, pero en su cabeza el deseo de crecer era implacable. Como decía, no tenía la más mínima importancia que necesitara descansar, pasear por el monte, ser abrazada por alguien o susurrada en medio de una noche de desenfreno. Porque lo realmente importante era ser responsable hasta el día de su muerte.

Tras meses y meses así, loca por no conseguir hacer nada que despertara en ella una simple sonrisa, decidió que era hora de cambiar. No, no le tocaba esa vida, ella no merecía destinar su vida a estudiar y trabajar como una negra, para luego no alcanzar ninguna meta. Miento, sí logró cierto objetivo: se compró los zapatos que anhelaba. Pero no era suficiente con ir a comprar caprichos.

Ella quería más. Le quería a él. Claro que, como siempre en estas historias de desamor, el príncipe azul vivía sus días junto a una bella damisela, su cabello brillante y del color del oro; sus mejillas sonrosadas y de piel perfecta, sin signo alguno de imperfección.

Un día, pensando en nada...

3 cosita(s) que decir:

Alejandro Marcos Ortega dijo...

Malditas damiselas de pelo brillante y color de oro con mejillas sonrosadas y piel perfecta....
Siempre van a joder...
Pero la culpa es de los príncipes azules que siempre las escogen a ellas!

Un pedacito de mí dijo...

:( cuánta razón, Alejandro

iketius@hotmail.com dijo...

MUERTOOOOOOOO